Tuesday, April 29, 2008

"La mujer de la arena, de Kôbô Abe
Siruela (2004)"
(Publicado en Revista Malabar, 2007)


Siempre he creído que, así como dicen que sucede con el “Santo Grial”, una no encuentra a los libros, más bien ellos nos eligen para ser leídos. Y en mi caso esto mismo me sucedió con la novela de Kôbô: La mujer de la arena.
Llegó a mis manos inesperadamente (como cualquier regalo a destiempo) y atrajo mi atención al instante, en parte por la afortunada edición de Siruela, en parte por ser un libro fuera del torbellino de la moda literaria.
La mujer de la arena fue escrita en 1962, y aunque ganó uno de los premios más importantes de aquella época en Japón, y aunque realizaron una famosa película con el mismo nombre-guión-historia, hoy en día no se habla mucho de ella: pues la memoria histórica tiende a perderse, y más la memoria literaria, que es un poco como la arena que cubre a la mujer de esta narración.
La novela relata el viaje que hace un coleccionista de insectos (con una vida fija y controlable) hacia una playa lejana. Allí encuentra todo un pueblo hundido en la arena. La noche se acerca y él no ha descubierto aún el escarabajo que tanto desea. Entonces le ofrecen un lugar donde dormir: la cama de una viuda solitaria en una de tantas casas hundidas en la arena. Y lo que parece al científico una aventura digna de ser escrita, se convierte en una experiencia surrealista: queda atrapado, cual esclavo, en esa casa hundida. Nadie, ni siquiera la mujer, le dan explicación alguna: aparentemente lo han dejado ahí para que ayude a la viuda a limpiar la arena de la casa, para que ésta no se destruya, para poder seguir viviendo. Día a día, él trata de escapar, de gritar, y día a día su transformación va tomando lugar en su cuerpo y su alma.
La manera en que escribe Kôbô Abe es envolvente. Del mismo modo en que la mujer de la arena calla para ayudarle al científico a entender lo que le está sucediendo, de ese mismo modo Kôbô atrapa (sutilmente) entre sus líneas. No se entiende hacia dónde va la historia, pero se presiente; y paso a paso una se va dando cuenta de que lo inevitable está por ocurrir, que una ya lo sabe, pero quiere constatarlo… y lo que es peor, no puede evitarse.
Esta novelas es de ésas que dejan una marca en la ya citada memoria literaria. Es de esas historias que nos acompañarán por mucho tiempo con cierta imagen, con cierta sensación. A mí se me quedó grabada la figura de esa mujer completamente desnuda pero con la cara tapada para no respirar la arena, para que ésta no le maltratara el cuerpo con su humedad, con su vida, y finalmente, para seducir, calladamente, a aquel a quien ansía por compañero.
Advierto, eso sí, que éste no es un libro para tomarse a la ligera; enfrenta a emociones intensas; y si el lector es sobreviviente de cualquier tipo de exilio, este libro le hablará de frente. Por esto, precisamente, afirmo que los libros nos encuentran.

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