Monday, April 28, 2008

Bosquejo de algunos capítulos para la novela La espera
(Puesta en escena en Sogem, marzo 2000)

I• Hace una hora Jonás debía haber llegado, debería estar muerto de ganas por tenerme acostada junto a él, pero sé muy bien que aún no es tiempo, que seguramente me hablará de un momento a otro para decirme que está bien, que quiere saber cómo me la pasé hoy. Pero el caso es que todavía no lo hace y yo pienso que seguro se quedó en casa de algún amigo a planear el próximo viaje… como si todo eso fuera más importante que yo.
Imagino a Jonás en el fondo del mar, rodeado de algas marinas, escribiendo su reporte, el cabello flotando, su cuerpo sin peso y un pecesito acercándose a probar la mano de mi amado. Él lo mira y entre burbujas sonríe.
Cerca, los compañeros, sus amigos del alma, examinan un barco del siglo XVII; sólo quedan los restos, pero Jonás y los demás reviven las ruinas; saben de la importancia del descubrimiento: la historia cubrirá los huecos, ellos pasarán a la posteridad.
Y mientras Jonás pronostica la gloria y el triunfo, el pez indiscreto se lanza a llamar a sus propios amigos; de pronto, Jonás se encuentra rodeado de miles de peces brillantes. Uno a uno cumple el rito de acercarse a probar su mano, a saborear su cuello, sus pies y sus muslos. Jonás debería gritar para pedir ayuda, pero ¿cómo hacerlo? Está solo, lo dejan solo… tal como estoy yo aquí en la cama… quien lo busque sólo verá una nube de oro flotando en medio del océano. Y cuando queden saciados los peces, se dispersará la nube y mi amado girará en el agua salada como vil esqueleto…
Muy bien, Lena, sigue con tus ideas a ver cómo te pones si se te vuelven realidad. No, aguardo, aquí espero, debe llegar en cualquier momento. Mejor lavo las copas; cuidaré de no romperlas, éstas me gustan especialmente. ¿Y si le mando un mensaje? Si fuéramos novios ya me habría buscado, me hubiera invitado a tomar vino, como lo hacía Santiago, mi gran amigo, mi antiguo, antiquísimo amor. ¿Qué estará haciendo ahora? ¿Se acordará todavía de mí? Aún sé dónde vive, pero ni para qué buscarlo…
La música ya no es suficiente, nada es suficiente. Si tan sólo supiera que Jonás piensa en mí…

II• Al cruzar la primer reja, que, como todas las rejas de la casa, está cubierta de enredaderas llenas de flores, te recibe una Ceres vestida y las estatuas de las cinco mascotas de Lena que escaparon el día que conoció a Jonás. El jardín tiene varios senderos que van a dar a distintas áreas de la casa, pero unas huellas de gato pintadas en el mosaico te conducen a la entrada principal; allí, la puerta de madera gruesa permanece casi siempre abierta. La sala no es muy acogedora, de no ser por el tapete a grecas y por el ventanal que da al mar.
La casa yace sobre una colina rocosa. Puede verse el horizonte y algunos barcos, pero no la playa. Lena pasa la mayor parte del tiempo en su cuarto de la torre oeste con la cama en el centro, bajo un ventilador de techo. Desde allí se escucha el mar, incluso se alcanza a ver el precipicio hacia la playa y por la noche las luces que marcan los límites del puerto; además, puede vigilar la torre del sur, con el cuarto de vitrales en vez de ventanas, que siempre tiene las lámparas encendidas.

Yo jugaba con Gustavo a ser simios de la selva; nos subíamos a la parte superior del clóset para colgarnos del listón de la cortina más amplia y después lanzarnos al vacío, al colchón de mi casa colocado estratégicamente. Volábamos. Yo sentía que el salto era tan alto que podía girar y danzar en el aire, y hasta caer con los dos pies como una gran gimnasta, o gran simia. Ese día teníamos un escándalo, y de pronto, el silencio de la casa nos hizo callar.
Nos abrumó tanto que nos paralizamos, no llegamos a escondernos en el armario, como siempre hacíamos cuando estaban los gritos y el llanto por los corredores. Esta vez avanzamos en el silencio. En la sala había cuatro maletas y el abrigo de nuestro padre y nadie más. Nos habían dejado solos, a mí y a Gustavo.
Aquel día en que Gustavo y yo nos quedamos solos, la casa se volvió inmensa, y el ruido se hizo presente. Retumbaban las gotas por las paredes, la madera crujiendo, las gotas del lavabo, el roce de las cortinas con la brisa. Busqué la mano de mi hermano para que me abrazara, para que me dijera que todo iba a estar bien, y no pude verla. Gustavo se volvió invisible, sólo sentí un último beso y después desapareció para siempre. Yo sabía que iba a hacerlo; ya me lo había explicado, pero nunca creí que fuera a ser tan pronto.
Ese día me quedé sola, por primera vez, en mi casa. Nunca voy a olvidar cuando, luego de unas horas que bastaron para congelar mi cuerpo, aparecieron mis padres tambaleándose: Rebeca se quedó en la puerta, con el cuerpo caído, el maquilla corrido, toda ella casi muerta. Antonio avanzó hacia mí y acarició mi cabeza, como si yo fuera perro. Luego, tomó las maletas y se fue.

III• Los primeros días del noviazgo de Lena y Jonás constituyeron uno de los mejores recuerdos de su vida juntos. Lena lo esperaba en la plaza del puerto, rodeada de árboles y las gárgolas del kiosko que iluminaban la iglesia y las casas más viejas del pueblo. Siempre había un anciano observando sus movimientos, sonriendo cuando Lena se levantaba arreglándose el vestido y gritando “oh, amado mío”, el cabello rizado y largo ondulando junto con su falda también larga. Y Jonás bajaba de su carroza, una más práctica que la que tiene ahora. Y con los brazos abiertos la esperaba también sonriente, aunque sonrojado. Comían mucho, pizza, helado, pato, cacahuates, vino, fruta fresca, pescado.
Jonás le repetía una y otra vez lo bonita que era, cuánto le encantaban sus piernas, cómo se fascinaba de verla bailar. Y ambos se presumían con los amigos, se sentían orgullosos de tenerse el uno al otro. Tres meses después, luego de la glotonería, el ego alzado y los cuerpos llenos de caricias, Lena invitó a Jonás a conocer su casa.

Lena y Jonás, en su noviazgo se amaron como locos. Y las puertas de la casa se abrieron a la pareja que insistía en correr desnuda por los pasillos, comer en la cama de los huéspedes y hasta dibujar sobre el cuadro del tío Ramón. Varias paredes quedaron pintadas de flores y mariposas, y varias alfombras se echaron a perder con la cera de los candelabros.
Luego, abrazados viendo el mar de noche, Jonás le dio su anillo a Lena. Ella se negó a casarse mas que con un rito personal, que fuera de ellos dos. Llamaron a los amigos y en el jardín, en la misma parte alta donde Rebeca y Antonio se conocieron, Lena deseó hacer feliz a Jonás y Jonás a ella. Enterraron semillas de un manzano, el árbol que más tarde acompañará al encino; se cubrieron de flores y se besaron y besaron a los amigos. Al tiempo, cuando la vida del día a día se acomodó entre los dos, Lena supo que estaba embarazada.

IV• Cuando Lena tenía seis años, sus padres la desnudaron para que posara ante los colegas del matrimonio. Todos trazaron las líneas de su cuerpo con diversas tintas y colores. Cada uno registró un ángulo de Lena-niña. Quedaron impresos sus huesos y sus venas, toda su piel, sus cicatrices y sus vellos. Su padre, antes de sentarla en el centro de la tarima, le colocó una gargantilla negra. Lena, semidesnuda gracias al adorno, aparece en la mayoría de los cuadros con la mirada ausente, las piernas tensas. Los ojos de viejos pintores se entretuvieron en los hombros de Lena. Las manos de ancianas artesanas moldearon los dedos pequeños, los muslos cerrados, la boca dura.
Mientras Lena posaba, desde lejos, Antonio, fumó su puro; sonrió durante las cuatro horas que duró la sesión. Mientras Rebeca limpiaba y recogía pinceles y cenizas y copas de vino, Antonio, tranquilo, observaba. Su princesa estaba a salvo, la gargantilla de terciopelo negro no vestía a Lena, no la protegía de los dedos temblorosos, ni de la respiración entrecortada de los visitantes. No cubría el cuerpo desnudo de su hija, pero sí el lunar heredado por él; la marca que mató a Gustavo, la misma que ignoraron los médicos gracias a que Lena nació en la casa.. Esa marca corrió el riesgo de ser eliminada si los viejos de ojos rojos y dentaduras postizas lo registraban en sus obras. Antonio sonreía tras el humo de su puro: Lena no sería exorcisada, aunque así lo quisiera Rebeca. El registro de su cuerpo quedó sólo como un reflejo, y para cuando Rebeca lo comprendió fue ya demasiado tarde, Lena aparecía de cuerpo entero, desnuda y pura, en el reflejo, y semivestida y maldita en la realidad.

V • Luego de la aparición del oso blanco, la casa quedó maldita. Hubo quienes hicieron pintas de ángeles plateados; el sacerdote, incluso, quiso bendecirla. Rebeca decía que sí a todo, pero Antonio siempre estuvo allí para impedir el paso a los extranjeros. Y así, nuevamente, el vientre de Rebeca creció.
Pero esta vez vinieron el vómito, el dolor de espalda y el sueño profundo. Engordó veinte kilos y su cara estaba irreconocible incluso para sus propias manos hinchadas. Llegó la resequedad de la panza, el apretujamiento del pecho, los gases, las manchas en el rostro y la caída del cabello. Rebeca se cansó tanto que hubo veces en que deseó no haber concebido este otro hijo. Y el eclipse llegó y junto con él, Lena. Una niña que no podría tener la mayoría de los juguetes usados por generaciones en la familia de su padre. Una niña marcada por su sangre y salvada gracias al aislamiento que, pareciera, iba a vivir toda su vida.
El trabajo de parto comenzó y Rebeca se fue a la cama: Antonio traería al mundo a su vástago. Pero el acontecimiento se complicó, la niña no podía salir, y con un cuchillo de oro, el padre abrió a la madre. Ésta no sintió dolor gracias a Antonio. Veía estrellas y flores, y un campo de trigo inundado, junto con escaleras de piedra bañadas en agua tibia, ventanas chorreando agua, una ciudad inundada. Antonio sacó a la niña, la limpió y se la dio a la madre, pero la sangre no dejaba de brotar, igual que el agua que ella viera cubriendo poco a poco las banquetas. Y tuvo que hacerlo, y por primera vez en su larga vida, Antonio lloró. No tendría más hijos en esta mujer ni en esta época, Rebeca quedaría con vida pero sin fertilidad. No la mató y no quiso preguntarse el porqué no lo hizo. La salvó y curó. Lo que es más, dio todos los abrazos y caricias que pudo. La cuidó tanto que en dos semanas ya Rebeca alimentaba a su hija y sonreía ante tal maravilla.

VI • Lena lleva ya varios días durmiendo en pleno. Gracias a Santiago, porque ya lo retiró de su vida y también porque le dio motivos para cubrir los huecos, sueños en donde descansar.
Esta noche, Lena teje el remate para la colcha que comenzó hace más de un año. Suspira a cada vuelta del gancho, porque al fin cierra un círculo y también porque la nostalgia le llena el pecho de un dolor que le sabe a rico.
Con el ganchillo avanza abarcando por los puntos rojos, azules, anaranjados y verdes. La colcha multicolor cubre sus piernas y se extiende por el suelo. Enfrente de ella, un espejo de cuerpo entero la observa.
Un bulto comienza a formarse bajo la colcha, Lena sigue suspirando.
El bulto se levanta sin prisa, hasta que le jala el tejido. Entonces, Lena avienta estambre, colcha, tijeras y mecedora. Brinca hasta el otro lado del cuarto. El fantasma-colcha de colores, avanza hacia ella arrastrando una aguja y deshaciendo los puntos.
Lena, ojos abiertos, se tienta el corazón antes de piedra, ahora de rugido de tierra, de temblor absoluto que se le extiende hasta la punta de los pies. La colcha crece y avanza hacia ella hasta quedar frente a frente. La noche calla y del fondo del tejido una voz ronca y cascada susurra: ¨“princesita”.
Lena vuelve a brincar y en su brinco ataca a la colcha que cae deshecha en el piso. Ella revisa, no hay nada en el suelo, no hay nadie. Su aliento arde. Siente el cuerpo pesado y un aleteo de brazos la obliga a verse en el espejo. Lena abre la boca más grande que jamás ha tenido. En el espejo, Lena, ojos desorbitados, se mira a sí misma convertida en el monstruo de su infancia y pesadillas actuales. Grita y un grito furioso envuelto en llamas la cubre. Su boca agrietada pregunta por qué, sus dientes amarillos y largos y su lengua verde no le contesta. Lena se acerca más y más al espejo, y en un desmayo besa su propia imagen. Lena, la misma de siempre, cae al suelo envuelta en llanto.

VII • Jonás avanza en su barco con todo el equipo que le ayudará a realizar el último sondeo. Los mapas y los cálculos están terminados. Los aparatos ya señalaron la zona. Ahora sólo queda bucear hacia el fondo, atravesar la capa de lama, aguantar en la consistencia opresora y bajar hasta llegar a las calles intactas, cree él, de la ciudad hundida.
Trae una carta, el mensaje de Rebeca que es su acta de libertad. Buscará a Antonio y cada vez que Jonás, cabello al aire y la mirada brillante, lo afirma, todos sus compañeros y subalternos se ríen. Todos creen que la misión es sólo un simulacro. Es imposible que el lugar esté intacto, más aún, que haya sobrevivientes, gente viviendo debajo del mar. Ningún humano ha sido capaz de lograrlo. Y Jonás sonríe mientras sube el cierre de su traje. Irán cinco, tres mujeres y dos hombres, entre ellos, Jonás. El mar tranquilo y claro los recibe sin problemas. En el punto convenido, cada quien toma notas.
Jonás apunta, delimita el mapa. A lo lejos se ve la torre del campanario de la iglesia. Va a avisarles que es hora de avanzar.
El corazón late descontrolado. Hoy es el gran día, desea dar la señal, pero su mano no responde. La respiración se acelera. De pronto, una corriente fría lo estremece. Lo arrastra sin que él pueda hacer nada por impedirlo.Y allá va Jonás flotando entre burbujas que lo marean cada vez más. La torre se acerca, los peces le abren paso.
La corriente atraviesa el fango y tras ella, se lanza Jonás. Los compañeros lo buscan por todos lados. Ha desaparecido. Uno a uno salen a la superficie. Esperarán unos minutos, después, sólo quedará llamar a la policía, avisar a los familiares, llorar.

VIII • En una noche de eclipse, Lena se sueña desnuda, con sus senos expuestos junto con sus caderas y parte de su pubis, posa ante la mirada de varios adolescentes. Tienen los labios húmedos y las mejillas sonrosadas. Sus manos pintan, graban, moldean el cuerpo de Lena. Al fondo, lejos, canta Rebeca. Lena tiene los hombros levantados y las manos tensas. Niños y niñas la rodean. Algunos sonríen. Están contentos. Las manos de Gustavo se posan en su cuello y lo tranquilizan. “No pasa nada”
Y Lena se relaja. La sangre fluye sin compromisos y su cuerpo brilla, su cuerpo joven y maduro, de toda una mujer. Sus pezones se extienden, su cabello brilla. La sesión pasa sin prisa ni cansancio. Al terminar, los niños se levantan, Gustavo la tapa con una gasa transparente y cada artista se acerca para darle un beso en la mejilla, en la boca, en el antebrazo o en sus senos. Lena no se asusta. Cada beso le inyecta una sensación de bienestar y dulzura, de un placer amoroso. Al final, suspira agradecida y regresa al estudio. Gustavo, ojos en llamas, la vuelve a recibir: “No olvides a nuestro padre: aún tienes su lunar.”

1 comment:

Anonymous said...
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